Un silencio incómodo inundó la sala. Las miradas se clavaron en él. Esperaban con avidez el siguiente paso, la siguiente palabra, el siguiente diagrama: una clave que sustentase las ideas presentadas hasta el momento. Pero nada… Una tenue línea se desvanecía sobre la superficie blanca; su rotulador se había rendido.
¿Por cuánto tiempo aguantarían los puntales las dovelas del arco? El andamiaje oscilaba. La presión se le empezó a acumular en el pecho. Con un ligero temblor de manos, intentó trazar otra línea, como si acaso pudiese obligar a la tinta a fluir de nuevo. Pero fue en vano…
No había otro remedio. Soltó el maldito rotulador. Se dio la vuelta y buscó entre el desorden de la mesa. Los segundos parecían horas. Los rostros del público, antes atentos, comenzaban ahora a perder el interés. Se miraban los unos a los otros, con impaciencia, hubo incluso quien se aventuró a desenfundar el móvil.
El flujo de ideas, que había sido tan claro hasta hacía apenas unos instantes, empezó a desvanecerse de la mente. ¡Lo había perdido! El hilo, el control… Y lo más importante: la conexión con su audiencia. A medida que rebuscaba desesperado otro rotulador, el sudor empezó a invadir su frente. No era solo tiempo lo que perdía, sino la confianza que tanto esfuerzo le había llevado desarrollar.
Al fin encontró un marcador. Lo destapó con un gesto brusco, volvió a la pizarra y empezó a escribir. Pero algo había cambiado. La secuencia lógica, tan clara en su mente antes de que la punta de fieltro cesase la escritura, ya no fluía igual. Se detuvo de nuevo, esta vez consciente de que la solidez de su pensamiento se había esfumado. Trato de retomar el punto donde lo dejó, pero las musas le dieron la espalda. Su audiencia ya no estaba conectada. La atención no era sino un fantasma.
¿No es curioso? Un simple rotulador puede desmoronar toda una presentación. Un fallo insignificante y, sin embargo, suficiente para robar al ponente el ritmo, el control y, lo peor de todo: la confianza del público. Para bien o para mal, así es como funcionan las pizarras.
Desde aquel día, decidió llevar consigo un rotulador de recambio.
