Hoy el típex es tan común que su nombre, proveniente de una marca comercial, ha sido recientemente castellanizado. Podría considerarse a este producto de papelería casi tan necesario como el bolígrafo o la libreta. Sin embargo, no siempre estuvo ahí; su aparición supuso un antés y un después en la escritura manual. Y es que la llegada del típex hacía fácil corregir errores sin tachar ni emborronar el papel.
¿De dónde viene el típex?
Para responder a la pregunta nos toca mirar hacia atrás. El primer típex que apareció no era líquido. No era para corregir textos escritos con bolígrafo o estilográfica. El útil en que se usaba era mucho más pesado: la máquina de escribir.
Unas pequeñas hojitas cubiertas por una sustancia química que se transfería al papel mediante presión: eso era entonces el típex. Y con ese primitivo típex se corregían textos con máquinas de escribir. Lo inventó la empresa Tipp-Ex. Y lo más sorprendente es que para corregir el error había que errar de nuevo.

¿Cómo funcionaban las hojas de típex?
Corregir la letra errada con aquellas hojitas blanquecinas era muy fácil:
- Se intercalaba una hoja de Tipp-Ex entre el papel y la máquina de escribir
- Se hacía retroceder el carro y se pulsaba de nuevo la tecla equivocada
- El golpe del molde de hierro contra la hoja transfería el material corrector al papel
- El error se esfumaba por arte de magia
Sin duda la invención del Tipp-Ex supuso una revolución en la escritura a máquina. Ya no había que sobreimprimir guiones para tachar errores. O, peor, arrugar el papel y escribir de nuevo la hoja. No. Gracias al milagroso típex, las palabras quedaban corregidas. El impreso lucía mucho mejor, inmaculado, acaso escrito por el mecanógrafo perfecto.
La siempre necesaria diversificación
Diversificar: ese vocablo espantoso pero necesario. Y otro feo tópico más: renovarse o morir. Sí, amigos, Tipp-Ex también diversificó.
De resultas, unos años más tarde empezó a vender un nuevo típex. Una pintura semilíquida para corregir errores, pero de bolígrafo. Y era tan fácil como traslapar la tinta con el preciado líquido.
Y ahí lo teníamos: una pintura blanca al disolvente (para acelerar su secado) presentada en un cómodo frasco. Y estaba todo pensado. Con el pincel de la tapa se aplicaba sobre el papel. Se dejaba secar y, ¡voila!, a escribir encima.
Pero ¿por qué hablar en pretérito si sigue existiendo? Bueno, porque el típex en formato líquido ha caído en desuso. Y porque el típex líquido de hoy no es el de ayer.
Capítulo IV. Que trata sobre disolventes, formatos lápiz, espumas y ratones de típex
Ya ha llovido desde aquel típex. Quienes lo conocieron recordarán un producto que, y este sí que ya no se vende hoy, había de acompañar al bote de típex. Me refiero al otro frasquito: el disolvente de típex.
Eran entonces inseparables. Típex y disolvente por siempre juntos, hasta que una nueva fórmula los separe. Y así ocurrió. Pero el primitivo típex se apelmazaba en el frasco con facilidad, el líquido se tornaba pastoso, grumoso, viscoso. Pero la aldea gala no le teme a nada. ¡Disolventipix al rescate!
Así que vertíamos un chorrito del transparente líquido en el frasco de típex. Agitábamos. Y confíabamos en que sirviera de algo, pues cual enfermedad letal, había que coger a tiempo el típex para salvar su vida. ¡Y a veces funcionaba!
Pero los alemanes —porque no lo hemos dicho pero Tipp-Ex es hoy la décima marca más conocida de Alemania— cambiaron la fórmula del típex. Y con ello nos trucaron el disolvente por la nostalgia. Eso sí, el típex ya no se seca.
Y siempre ávidos con el tema de la diversificación, los de Tipp-Ex introdujeron otro cambio más. ¡A tomar viento el pincel! Una pequeña esponja de goma, precisa, limpia y eficaz ocupa desde entonces la punta del aplicador.
Pincel y espumita convivieron juntos una temporada. Pero, así como la guerra de los Cuadernos la ganaron los tebanos, en esta otra batalla quien se iba a alzar victoriosa era la cuneiforme gomaespuma. ¡Por aquí llega!

Y colorín, colorado, el bote de típex se ha acabado. Porque se impuso el típex en formato lápiz, con una punta metálica de precisión que dejaba fluir la porción requerida de líquido. Pero tampoco la gloria del lápiz de típex iba a ser larga. Y es que, de alguna manera, típex iba a regresar a sus orígenes, con el formato ratón.
El ratón de típex
Después de todo, aquellas hojitas de típex no eran un mal invento. Y si entonces los alemanes las hubiesen perfeccionado un poco, tal vez no hubieren ideado luego el líquido borratintas. Y es que para traslapar el borrón del bolígrafo solo hacía falta disponer la hojita a lo largo, en forma de cinta, y enrrollarla en un carrete. Que así es como nació el Tipp-Ex Mouse. Sí, amigos, el típex con forma de ratón.
Poco diremos sobre él, puesto que el ratón de típex sí es de sobra conocido. En toda oficina, en todo plumier escolar, en toda mochila de universitario está siempre presente el roedor, ávido de tinta, dispuesto a dar buena cuenta de cuantos horrores podamos escribir.
¿Y qué hay del típex digital? Pues… Llegaron tarde. Guillermo Puertas adelantó por la derecha a los alemanes, allá por 1985. En el robusto y potente software de edición gráfica Microsoft Paintbrush (más tarde Paint) ya se podía borrar sin dejar rastro de píxeles. ¡Y solo había que tirar del borrador!
